Completa este artículo de El País sobre el diminutivo con las palabras
que hemos extraído y que tienes antes de cada fragmento.
“UNA COSITA QUE REVELA TU ORIGEN" de Lola
Pons Rodríguez
- SÍ, AL, A, EL QUE, A TRAVÉS DE, DONDE (x2), LA, EL, DE
Más allá de que tu carné de identidad muestre el lugar de
_________ vienes y el sitio ________vives, tu forma de hablar puede revelar
muchos datos ________tu procedencia, y no solo __________la forma de pronunciar
o la entonación: hay otros indicios que pueden descubrirte como oriundo de una
zona concreta de la superficie hispanohablante. Una pista inequívoca ________ofrecen
los diminutivos, esas cositas que se añaden ________
las palabras para cambiar significados y añadir connotaciones. Hay muchos
disponibles en español: ________más común es –ito/–ita (casita, llavecita),
también ________ menos muestra de dónde eres; pero con él conviven muchos otros que _______son claros
signos de pertenencia ________habla de una zona específica.
- TENGAS, COMO, A, ESTARÍAS, LOS, HASTA, LA, TE, LO, SEAS
La primera pista ________ da la mera elección de qué sufijo
utilizamos: con una frase como “el niñuco de Carmen va a nacer en febrero” ________estás
mostrando como proveniente de Cantabria, más conocida ________“La Tierruca”. Si
dices que “el muchachino de Carmen se llamará Mateo”, entonces, querido lector,
eres occidental, como________ es el sufijo –ín(o)/-ina: asturiano, leonés,
extremeño o de la preciosa sierra de Huelva. Si le mandas “besiños” al bebé
recién nacido, probablemente ________de Galicia y ________este diminutivo por
influencia de tu lengua gallega. Si dijeras que es un crío “muy bonico”, ________revelándote
como usuario del diminutivo en –ico que usan los hablantes de las áreas andina,
caribeña y centroamericana o, en el español de España, ________ de la zona este
(Aragón, La Mancha, zona oriental andaluza, si eres de Murcia incluso con -iquio...).
Si afirmas que es un “chiquillo” muy guapo y que sale ________su madre, estás
empleando el sufijo –illo, el más general en el español ________el siglo XVIII
pero que hoy solo conserva cierta vitalidad en el español de Andalucía.
- LA QUE, AUNQUE, QUÉ, SE (x2), SINO TAMBIÉN, PARA, QUE, CÓMO, ENTRE
Sí: por el humo de los diminutivos ________sabe de dónde es
el fuego. Y no solo por los propios diminutivos, ____________por la forma de
construir con ellos: otra pista está en
________ tipo de palabras escogemos ________colocar delante de un diminutivo. ________“despacito”
se diga (y se cante) a ambos lados del Atlántico, en el español americano ________ponen
diminutivos en muchos más adverbios ________en el español de Europa, desde el
famoso “ahorita” hasta “despuesito”. Y una tercera pista está en ________juntamos
a la palabra con el diminutivo, si directamente o no. Estas terminaciones se
pueden añadir directamente a la palabra a ________complementan (mesita) o
utilizar una especie de puente de enlace ________la palabra y el diminutivo,
por ejemplo, ponerle al pie un enlace (técnicamente se llama interfijo) y decir
“pie-cec-ito”. Pues bien, es común que el español de España emplee más esos
enlaces que el americano. Los viejecitos de España son viejitos en América y
las fiestitas de México son fiestecitas en España. (…)
- DESDE, ESCONDE, ESCARNIO, AMINORAR, CHICA, HABITAN
¿Para qué usamos estos diminutivos? Se supone que para
achicar o _______una realidad: una escuelita es más pequeña que una escuela, y
su puertecita será más ________ que una mera puerta; también pueden
intensificar: estar solito ________más soledad y tristeza que meramente estar
solo. Pero lo cierto es que junto con esa interpretación de tamaño o intensidad
________muchas otras que van________ la atenuación más bienintencionada y pía
al ________más vil.
- EMPÁTICAMENTE, DEPENDE DEL, SE, ALGO, EL QUE, SIN, SINO
Y todo, como casi siempre en las lenguas, ____________contexto.
Contestar a la pregunta de un turista diciendo que ________está “lejillos” no
acerca el lugar por _______te preguntan (que está donde el diablo perdió el
poncho), pero te aproxima ________al visitante; afirmar que tu pareja tras las
navidades ________ha puesto gordito, y no gordo, no es tampoco cuestión de
volumetría, ________de atenuación: él ha comido los mismos kilos de mantecados
con o ________diminutivo.
- SINO, EN FIN, NINGUNEAR, CON, LA, LE
Esto tiene también un reverso oscuro, y es el del diminutivo
que insulta o veja: es ________a nuestra jefa llamarla jefecilla y no tienes
mucha fe en nuestro éxito en Eurovisión si dices que España concursa ________
una cancioncilla. Los diminutivos, ________, no siempre hablan de magnitudes, y
muy frecuentemente poner________ una de estas terminaciones a una palabra no ________empequeñece
en tamaño ________en relevancia.
- A (x2), DE, QUIEN, SE, POR, CÓMO
Un carro se pone al paso de don Quijote; ________lo conduce
pide al héroe que ________aparte del camino y avisa al ________la Mancha de que
porta en el carro dos bravos leones enjaulados, voraces ________no haber
comido. ¡Mejor apartarse que provocar a los animales! Responde don Quijote:
“¿Leoncitos ________mí? ¿________mí leoncitos, y a tales horas?”. El leoncito
da la pista definitiva de __________es el más simbólico y machadiano de los
españolitos: inconsciente, valentón y agudísimo al hablar. No, por supuesto que
no: manejar los diminutivos no es cosa chica.
SOLUCIONESFUENTE DEL ARTÍCULO (adaptado) Y LA IMAGEN: https://verne.elpais.com/verne/2018/01/30/articulo/1517326334_976812.html |
Más allá de que tu carné de identidad muestre el lugar de donde vienes y el sitio donde vives, tu forma de hablar puede revelar muchos datos de tu procedencia, y no solo a través de la forma de pronunciar o la entonación: hay otros indicios que pueden descubrirte como oriundo de una zona concreta de la superficie hispanohablante. Una pista inequívoca la ofrecen los diminutivos, esas cositas que se añaden a las palabras para cambiar significados y añadir connotaciones. Hay muchos disponibles en español: el más común es –ito/–ita (casita, llavecita), también el que menos muestra de dónde eres; pero con él conviven muchos otros que sí son claros signos de pertenencia al habla de una zona específica.
La primera pista la da la
mera elección de qué sufijo utilizamos: con una frase como “el niñuco de Carmen
va a nacer en febrero” te estás mostrando
como proveniente de Cantabria, más conocida como “La
Tierruca”. Si dices que “el muchachino de Carmen se llamará Mateo”, entonces,
querido lector, eres occidental, como lo es el
sufijo –ín(o)/-ina: asturiano, leonés, extremeño o de la preciosa sierra de
Huelva. Si le mandas “besiños” al bebé recién nacido, probablemente seas de
Galicia y
tengas este diminutivo por influencia de tu lengua gallega. Si dijeras
que es un crío “muy bonico”, estarías revelándote
como usuario del diminutivo en –ico que usan los hablantes de las áreas andina,
caribeña y centroamericana o, en el español de España, los de la
zona este (Aragón, La Mancha, zona oriental andaluza, si eres de Murcia incluso
con -iquio...). Si afirmas que es un “chiquillo” muy guapo y que sale a su
madre, estás empleando el sufijo –illo, el más general en el español hasta el
siglo XVIII pero que hoy solo conserva cierta vitalidad en el español de
Andalucía.
Sí: por el humo de los diminutivos se sabe
de dónde es el fuego. Y no solo por los propios diminutivos, sino también
por la forma de construir con ellos: otra pista está en qué tipo
de palabras escogemos para
colocar delante de un diminutivo. Aunque
“despacito” se diga (y
se cante) a ambos lados del Atlántico, en el español americano se ponen
diminutivos en muchos más adverbios que en el
español de Europa, desde el famoso “ahorita” hasta “despuesito”. Y una tercera
pista está en cómo
juntamos a la palabra con el diminutivo, si directamente o no. Estas
terminaciones se pueden añadir directamente a la palabra a la que
complementan (mesita) o utilizar una especie de puente de enlace entre la
palabra y el diminutivo, por ejemplo, ponerle al pie un enlace (técnicamente se
llama interfijo) y decir “pie-cec-ito”. Pues bien, es común que el español de
España emplee más esos enlaces que el americano. Los viejecitos de España son
viejitos en América y las fiestitas de México son fiestecitas en España. (…)
¿Para qué usamos estos diminutivos? Se supone que para achicar o aminorar
una realidad: una escuelita es más pequeña que una escuela, y su puertecita
será más chica
que una mera puerta; también pueden intensificar: estar solito esconde
más soledad y tristeza que meramente estar solo. Pero lo cierto es que junto
con esa interpretación de tamaño o intensidad habitan
muchas otras que van desde
la atenuación más bienintencionada y pía al escarnio
más vil.
Y todo, como casi siempre en las lenguas, depende
del contexto. Contestar a la pregunta de un turista diciendo que algo
está “lejillos” no acerca el lugar por el que te
preguntan (que está donde el diablo perdió el poncho), pero te aproxima empáticamente
al visitante; afirmar que tu pareja tras las navidades se ha puesto
gordito, y no gordo, no es tampoco cuestión de volumetría, sino de
atenuación: él ha comido los mismos kilos de mantecados con o sin
diminutivo. Esto tiene también un reverso oscuro, y es el del
diminutivo que insulta o veja: es ningunear a nuestra jefa
llamarla jefecilla y no tienes mucha fe en nuestro éxito en Eurovisión si dices
que España concursa con una cancioncilla. Los diminutivos, en fin,
no siempre hablan de magnitudes, y muy frecuentemente ponerle una
de estas terminaciones a una palabra no la empequeñece en tamaño sino
en relevancia.
Un carro se pone al paso de don
Quijote; quien lo conduce pide al héroe que se aparte
del camino y avisa al de la Mancha de que porta en el carro dos
bravos leones enjaulados, voraces por no haber comido. ¡Mejor
apartarse que provocar a los animales! Responde don Quijote: “¿Leoncitos a
mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?”. El leoncito da la
pista definitiva de cómo es el más simbólico y machadiano de los
españolitos: inconsciente, valentón y agudísimo al hablar. No, por supuesto que
no: manejar los diminutivos no es cosa chica.
Más allá de que tu carné de identidad muestre el
lugar de donde
vienes y el sitio
donde vives, tu forma de hablar puede revelar muchos datos de tu
procedencia, y no solo a través de la
forma de pronunciar o la entonación: hay otros indicios que pueden descubrirte
como oriundo de una zona concreta de la superficie hispanohablante. Una pista
inequívoca la
ofrecen los diminutivos, esas cositas (en gramática, sufijos) que se añaden a las
palabras para cambiar significados y añadir connotaciones. Hay muchos
disponibles en español: el más
común es –ito/–ita (casita, llavecita), también el que menos
marca; pero con él conviven muchos otros que sí son
claros signos de pertenencia al habla
de una zona específica.
La primera pista la da la
mera elección de qué sufijo utilizamos: con una frase como “el niñuco de Carmen
va a nacer en febrero” te estás mostrando
como proveniente de Cantabria, más conocida como “La
Tierruca”. Si dices que “el muchachino de Carmen se llamará Mateo”, entonces,
querido lector, eres occidental, como lo es el
sufijo –ín(o)/-ina: asturiano, leonés, extremeño o de la preciosa sierra de
Huelva. Si le mandas “besiños” al bebé recién nacido, probablemente seas de
Galicia y
tengas este diminutivo por influencia de tu lengua gallega. Si dices
que es un crío “muy bonico”, estarías revelándote
como usuario del diminutivo en –ico que usan los hablantes de las áreas andina,
caribeña y centroamericana o, en el español de España, los de la
zona este (Aragón, La Mancha, zona oriental andaluza, si eres de Murcia incluso
con -iquio...). Si afirmas que es un “chiquillo” muy guapo y que sale a su
madre, estás empleando el sufijo –illo, el más general en el español hasta el
siglo XVIII pero que hoy solo conserva cierta vitalidad en el español de
Andalucía.
Sí: por el humo de los diminutivos se sabe
de dónde es el fuego. Y no solo por los propios diminutivos, sino también
por la forma de construir con ellos: otra pista está en qué tipo
de palabras escogemos para
colocar delante de un diminutivo. Aunque
“despacito” se diga (y
se cante) a ambos lados del Atlántico, en el español americano se ponen
diminutivos en muchos más adverbios que en el
español de Europa, desde el famoso “ahorita” hasta “despuesito”. Y una tercera
pista está en cómo
juntamos a la palabra con el diminutivo, si directamente o no. Estas
terminaciones se pueden añadir directamente a la palabra a la que
complementan (mesita) o utilizar una especie de puente de enlace entre la
palabra y el diminutivo, por ejemplo, ponerle al pie un enlace (técnicamente se
llama interfijo) y decir “pie-cec-ito”. Pues bien, es común que el español de
España emplee más esos enlaces que el americano. Los viejecitos de España son
viejitos en América y las fiestitas de México son fiestecitas en España. (…)
¿Para qué usamos estos diminutivos? Se supone que para achicar o aminorar
una realidad: una escuelita es más pequeña que una escuela, y su puertecita
será más chica
que una mera puerta; también pueden intensificar: estar solito esconde
más soledad y tristeza que meramente estar solo. Pero lo cierto es que junto
con esa interpretación de tamaño o intensidad habitan
muchas otras que van desde
la atenuación más bienintencionada y pía al escarnio
más vil.
Y todo, como casi siempre en las lenguas, depende
del contexto. Contestar a la pregunta de un turista diciendo que algo
está “lejillos” no acerca el lugar por el que te
preguntan (que está donde el diablo perdió el poncho), pero te aproxima empáticamente
al visitante; afirmar que tu pareja tras las navidades se ha puesto
gordito, y no gordo, no es tampoco cuestión de volumetría, sino de
atenuación: él ha comido los mismos kilos de mantecados con o sin
diminutivo. Esto tiene también un reverso oscuro, y es el del
diminutivo que insulta o veja: es ningunear a nuestra jefa
llamarla jefecilla y no tienes mucha fe en nuestro éxito en Eurovisión si dices
que España concursa con una cancioncilla. Los diminutivos, en fin,
no siempre hablan de magnitudes, y muy frecuentemente ponerle una
de estas terminaciones a una palabra no la empequeñece en tamaño sino
en relevancia.
Un carro se pone al paso de don
Quijote; quien lo conduce pide al héroe que se aparte
del camino y avisa al de la Mancha de que porta en el carro dos
bravos leones enjaulados, voraces por no haber comido. ¡Mejor
apartarse que provocar a los animales! Responde don Quijote: “¿Leoncitos a
mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?”. El leoncito da la
pista definitiva de cómo es el más simbólico y machadiano de los
españolitos: inconsciente, valentón y agudísimo al hablar. No, por supuesto que
no: manejar los diminutivos no es cosa chica.